martes, 15 de marzo de 2011

Mi pequeño Mundo.

   Y allí estaba mi mente precipitándose a un abismo sin fin, mi cuerpo se sentía sin ganas de nada, sin ganas de vivir, pero sin la suficiente fuerza para morir, sin la suficiente fuerza para tirar de la cortina, y reencontrarme con lo que antes había llamado mundo, y que ahora mi razón de ser había pasado a llamar infierno. Aquel mundo que tantas jornadas había visto amanecer, como sonrisas en mi cara habías logrado dibujar, ahora se encontraba sumido en las tinieblas, en la oscuridad, oculto de la racionalidad y la justicia, pero que convivía con la insensatez y la desigualdad, en fin un mundo, para mí, en el que la vida no tenía sentido ninguno, pero en el que irremediablemente no podía evitar sentirme a cada instante más vivo, más acorde a él. Sí, en efecto este mundo, transformado de la noche a la mañana por mi propia mente, había traído consigo sentimientos nunca antes sentidos por mi propio ser, que aunque tenían como principal propósito admirar mi sufrimiento, no tenían remordimiento, y querían pasar por mi mente, mi cuerpo y en definitiva por mi todo para llevar a cabo esa labor, al igual que sentimientos como la alegría que había llegado junto a ti, habían realizado su trabajo bastante tiempo antes. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario