miércoles, 10 de agosto de 2011



Me adentro en mi bañera.
Allí rodeado de agua, me toco la piel.
La recorro con las manos.
La piel es el límite.
Existo dentro de la piel.
Este límite delgado, continuo,
suave a trozos y a trozos áspero,
señala mi separación con lo que me rodea.
Un abismo entre mi mente, mi ser,
y el mundo.
Me muevo dentro de mi piel, me acerco a otras pieles,
otros seres humanos igualmente encerrados en sí mismos,
protegidos y encarcelados en su piel,
la mejor defensa,
el mejor castigo.
Lo único cierto es este entramado de venas, nervios,
huesos, músculos que la piel oculta.
La sangre y los finísimos hilos conductores.
Los sentidos alerta, apartando obstáculos,
ofreciendo tentaciones.
De piel adentro,
soy el mundo.
Lo que me rodea puede desaparecer en cualquier momento.
Si yo me alejo, 
desaparece.
Si se destruye ante mis ojos,
desaparece.
Yo soy el único mundo real, el único que siento como
existente.
Este pequeño mundo ambulante que transporto
o que me transporta,
flota en una atmósfera inestable.
A veces hay tempestades que lo zarandean, o brisas suaves 
que lo mecen,
que afectan mi a coraza,...
Me adormezco en el agua templada.
Dentro del agua pierdo hasta al conciencia de mi piel.
El agua me rodea,
y extiende mis límites hasta el contacto sólido de la bañera.

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